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Joel Meyerowitz, el último rey de las calles de Nueva York: "Sé que estoy ante mi final, ya siento la presencia de la muerte"

Joel Meyerowitz, el último rey de las calles de Nueva York: "Sé que estoy ante mi final, ya siento la presencia de la muerte"

Aparece Joel Meyerowitz (Nueva York, 1938) por el lujoso recibidor del Rosewood Villa Magna de Madrid con su sombrerillo trilby de fieltro, con una chaqueta de punto negra y su Leica digital colgada en el hombro. Casi en un susurro, saluda a todos los presentes. Como un ente extraño en un lugar que no le pertenece. Como un hombre de otro tiempo rodeado por la opulencia contemporánea. Como el gran fotógrafo de la calle encerrado entre cuatro paredes. Y, sin embargo, nada de eso parece importarle.

Camina pasillo adelante y se sienta en una sala de muros translúcidos. Posa su sombrerillo y su Leica sobre la mesa y pide, con pulcra educación, que bajen la música para que la conversación pueda ser fluida y no interfiera en su audífono. «Ahora ya podemos empezar». Pues hágase. Este hombre de 87 años es historia en directo de la fotografía mundial. Suyas son buena parte de las imágenes icónicas de las calles del Nueva York de los 60 y los 70, desde su Bronx natal hasta el Lower Manhattan. También las del desastre que provocó el atentado contra las Torres Gemelas en 2001, al ser uno de los pocos profesionales que pudo sortear el cordón de seguridad para dejar retratada la tragedia. Y una serie de 200 instantáneas que nacieron en un extenso viaje por carretera a través de 10 países europeos en los años 60. Cuando el continente apenas empezaba a recuperarse del paso de la Segunda Guerra Mundial

Es precisamente esa muestra, Europa 1966-1967, la que se puede ver ahora en el Centro Cultural de la Villa, en el centro de Madrid, como parte de PHotoEspaña 2025, que además le ha concedido al neoyorquino su premio de esta edición por su extensísima trayectoria. En esa muestra, igual que en la vida del fotógrafo, Málaga desempeña un papel capital. Fue allí donde el fotógrafo se afincó durante varios meses en su recorrido europeo, empotrado entre las familias andaluzas, para descubrir la vida de los vecinos en el desarrollismo en el que había entrado el franquismo.

«Allí me descubrí a mí mismo como artista. Tenía solo 28 años pero empecé a comprender mi propio temperamento. Estaba solo todos los días, disparé 750 rollos de película, la mitad en color y la mitad en blanco y negro, y no los vi durante todo el año. Así que, en cierto modo, trabajaba basándome en una especie de confianza y así comprendí quién era yo», expone en un tono monocorde y calmado. Y sigue: «En los años 60 la vida tenía una simplicidad básica y normal, hoy todo está exagerado por Internet, el dinero y el turismo. No había barcos que llegaran a Málaga y descargaran a 3.000 personas a la vez en la ciudad, se podía pasear por las calles con una cierta tranquilidad. Aunque el régimen de Franco restringía había conversaciones en la calle, no había que adaptarse a los turistas».

Una de las fotografías de Málaga en la década de los 60
Una de las fotografías de Málaga en la década de los 60Joel Meyerowitz

En aquellas instantáneas de los tablaos y las cafeterías, de la vida en comunidad, comenzaba a filtrarse ya el color, unas de las grandes aportaciones del estadounidense a la historia de la fotografía. Fue él uno de los pioneros en el uso de esa técnica cuando el blanco y negro era el tono imperante. Los colores de Meyerowitz como recuerdo de unas calles que hoy no se parecen en fondo ni en forma. «Sigue habiendo vida en la calle, pero las actitudes han cambiado, igual que la ropa y los valores. Esa vida se ve interrumpida por la interacción humana con la realidad virtual».

Las aceras ya no son un lugar de reunión, de encuentro, son un lugar de tránsito. Casi como una pasarela rodeada del progreso tecnológico. «La gente va siempre mirando sus teléfonos para ver noticias, fotos... La vida en la calle ya no es un intercambio humano lúdico, todo es distracción. La gente solo mira hacia arriba para ver si les va a atropellar un coche y luego vuelve al teléfono». Se frena y vuelve: «Con internet todo el mundo quiere mostrar su cara, su cuerpo, sus escritos, sus fotografías o lo que sea con la esperanza de conseguir más seguidores y ganar dinero. Quieren ser famosos por ser famosos, les interesa ser conocidos. Cuando yo empecé a hacer fotos no quería ser reconocido, no podía evitar hacerlas. Me gustaba retener momentos de belleza que estaban ahí y se desvanecían. Siento que esa especie de conversación tácita con la calle se ha roto».

De esa ruptura ya le habían advertido a Meyerowitz en 1976 cuando le encargaron una campaña publicitaria en una revista científica. El fotógrafo voló a Colorado para conocer la división de informática que Hewlett-Packard empezaba a desarrollar en Estados Unidos. Y, frente a un gran ordenador central, un ingeniero de 38 años le advirtió de lo que venía. «Me dijo que algún día, no sabía cuándo, todos íbamos a estar conectados e íbamos a poder comunicarnos al instante. En 1976, Apple ni siquiera existía», rememora el neoyorquino.

¿Así fue como se produjo un cambio que incluso ha sido sociológico en las calles?
Hay varios niveles, pero si las personas ni se miran se está perdiendo la unidad social. En lugar de estar abiertos a conversar, preferimos la primera respuesta que nos da Google. Eso nos está aislando de la conexión humana. Nueva York antes no admitía nada fuera de las ventanas y ahora es como caminar por un túnel de publicidad infinito. El intercambio público se ha roto, nos hemos desconectado por mirar el teléfono o las imágenes sobredimensionadas de los escaparates con una chica en bikini o un chico en calzoncillos.
¿Eso ha llevado también a que el control político o de las administraciones sea mayor? Cada vez es más difícil ver grandes manifestaciones como las de Vietnam o los derechos raciales que usted fotografió.
Las cosas estarán más controladas cuanta menos capacidad humana tengamos para determinar lo que queremos. Por eso Estados Unidos está fracasando con Trump al mando. La gente ya no estudia la Constitución ni la Carta de Derechos ni ética ni comportamiento cívico. A nosotros nos enseñaron en el colegio a tener cierta responsabilidad por ser estadounidenses. Y cuando eso falla es cuando los dictadores pueden llegar al poder. Trump ha llenado ese vacío y está cometiendo un crimen contra la democracia. Y siento que Estados Unidos va a caer o ya está cayendo. No sé si se recuperará, pero la ignorancia dirige nuestra sociedad.

Según el fotógrafo, los problemas que nos acechan hoy no son muy distintos a los de hace cinco décadas. Las guerras han cambiado de escenario pero han vuelto a resurgir en nuestra sociedad. La segregación racial ha repuntado como uno de los debates sociales en Estados Unidos -y en medio mundo-, especialmente tras la victoria de Donald Trump. «Solo tenemos diferentes protagonistas y diferentes necesidades», aporta Meyerowitz, que ahora vive en Londres, donde ha participado en protestas callejeras contra el Brexit. Como hizo en Nueva York tras la reelección del actual presidente de los Estados Unidos. La calle, siempre la calle. «Mi mujer y yo salíamos a manifestarnos no solo para fotografiar, queríamos formar parte de ello. Es importante arriesgarse para formar parte de un momento histórico. Es un doble juego: vas a apoyar algo en lo que crees y quizá encuentras algunas fotografías».

Habiendo pasado seis décadas y con 87 años a sus espaldas, la fotografía aún sigue siendo el ancla de su vida. La Leica que ahora reposa sobre la mesa aún le acompaña cada día cuando sale de casa. Sin excepción. Y en el futuro próximo aún tiene un proyecto por delante. «Será algo totalmente distinto, distorsionado, pero no te puedo decir nada más porque no me lo permiten», anuncia sin decir mucho más. Además, su editor pretende que aún pueda desarrollar un libro con sus fotografías inéditas de los años 60. «Es realmente interesante revisar tu trabajo, pero sobre todo es interesante ver quién eras cuando empezaste y quién eres hoy».

¿Quién es Joel Meyerowitz? ¿En qué ha cambiado?
Me gusta hacer la reflexión de si aún soy la misma persona, si solo soy más mayor, más amplio y más profundo. Y creo que hago esto para ver si he sido fiel a mí mismo. Todos los artistas nos enfrentamos a eso, a preguntarnos si hemos sido fieles a nosotros mismos o si nos hemos vendido por fines comerciales. Yo tenía un buen amigo que era un famoso fotógrafo comercial de Nueva York, ganaba un millón de dólares al año. Yo nunca gané ni de lejos esa cantidad. Un día, cuando pasó los 50 años, me llamó enfadado porque tenía una exposición en el MOMA y simplemente le dije que se había vendido, que había decidido ganar un millón de dólares al año haciendo trabajos publicitarios.
No es fácil elegir entre el prestigio y ese millón.
Ahora mismo me vendría bien el millón de dólares, pero las cosas no han sido así. Mirando desde donde estoy, creo que he sido fiel a mí mismo y he llegado hasta donde yo he querido. Y probablemente toda la verdad esté en eso.
¿Nunca ha pensado en el final de su carrera?
No pienso retirarme, pero sé que el final está cerca. Tú aún eres joven comparado conmigo, y cuando eres joven la muerte está tan lejos que no significa nada. Pero a medida que envejezco sé que estoy yendo hacia el final junto a la muerte, siento su presencia y veo que me está dando la bienvenida. Es inevitable y se acerca. Mi mujer y yo hablamos mucho de la muerte, no desde un lugar morboso sino desde la aceptación. Todo lo que veo ahora en el mundo lo veo con asombro porque sé que puede que nunca lo vuelva a ver. Siento que estoy absorbiendo toda la alegría del mundo.

Antes de irse, Meyerowitz se despide con un «espero que volvamos a vernos» para, de nuevo, desaparecer en ese ecosistema que no es el suyo. Como una foto que nunca se ha hecho.

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